Para qué nada nos separe que nada nos una. Pensaba mientras ideaba un último intento antes de este intenso verano.
Los caminos a veces se cruzan, y nos confunden. Crees que todo lo que buscas es lo que ofrece una persona.
Los caminos a veces se cruzan, y nos confunden. Crees que todo lo que buscas es lo que ofrece una persona.
Esa mirada que hace perder la noción del tiempo. Ese tiempo perdido con tigo y con migo.
La cuenta atrás se acerca, ves despedidas, sueñas con aviones, con un nuevo destino a miles de kilómetros.
Pero cierras los ojos y te invade el rostro de lo que te ha faltado conseguir.
Todas esas palabras, que nos dijimos y que se desvanecieron como la luz de un atardecer. Porque los atardeceres en verano están infravalorados. Son tan espectaculares como la sonrisa que se escapa cuando te miro fijamente y sonrío.
Es inevitable no contagiarme.
Así que te recuerdo y pienso, ¿por qué no intentarlo una última vez?
Estas noches se acabarán y yo me iré.
Y decidí que era la hora. De mostrarme así, como sólo yo misma era. Sin más preámbulos, sin rodeos. Porque yo no estaba hecha para verdades a medias, para la apariencia. Simplemente para ser yo.
Y di un último paso en aquella dirección. Si me había equivocado tendría que recorrer un buen trecho hasta volver al punto de partida, pero ya se sabe que hay momentos en los que buscas experiencias que sólo el vértigo consigue ofrecerte.
Así que en este preciso instante, tu camino y el mío al fin volverían a coincidir. Con la certeza de que a veces las palabras no bastan, que debería mirarte a los ojos tan fijamente como aquella noche.
Y la magia y la química volverían a chocar como las olas al romper sobre las rocas, las miradas que parecían quedar en el olvido dejarían de ser recuerdo para ser la más absoluta de las realidades, y el roce de nuestros labios provocaría el mejor de mis atardeceres.
Y la magia y la química volverían a chocar como las olas al romper sobre las rocas, las miradas que parecían quedar en el olvido dejarían de ser recuerdo para ser la más absoluta de las realidades, y el roce de nuestros labios provocaría el mejor de mis atardeceres.
Entonces sería inevitable no contagiarme de nuevo, de esa sonrisa que pocos conocen, pero que yo ya tengo entre mis preferidas.