Martina comenzaba a entenderse.
Y así era, pero en este preciso momento se veía reflejado el esfuerzo.
Las noches leyendo sola en su cama, las numerosas películas de los domingos y los paseos en metro contemplando a las personas de alrededor le habían permitido pensar mucho.
Hasta llegar al punto en el que se había cuestionado si daba importancia a lo que realmente merecía la pena o se dejaba llevar por sandeces.
De esta manera, se había centrado en aprovechar lo que le aportaba y dejar ir aquello que le importunaba. Era su fórmula personal de la felicidad.
Y desde que la había encontrado disfrutaba de las pequeñas cosas y de los pequeños momentos.
Una cena, una lectura, una conversación con quien acababa de conocer.
Parecía que le había picado el mosquito de la intriga y buscaba hallar la explicación a lo desconocido.
Hablaba con un italiano que se llamaba Carlo y parecía impresionada con la conversación. Me pregunté de qué hablarían y me acerqué un poco.
La verdad es que no entendía mucho porque hablaban de algo de la verticalización del mercado o algo así y no comprendía el porque de tanto interés.
El tal Carlo parecía contarle que había tenido una idea revolucionaria y con 23 años tenía su propia empresa.
Se iban uniendo a la conversación más amigos de este emprendedor que formaban parte del equipo directivo y de vez en cuando Carlo interrumpía a sus colegas para dirigirse a Martina diciendo: atenta a esto, es un concepto económico.
¡Claro! Era para lo que Martina estaba estudiando. Era su sueño y él lo había conseguido.
Además la conversación ya no giraba solo en torno a esta idea que estaban explotando, a los artículos que habían escrito sobre ellos o cómo surgió todo.
Ahora hablaban de futuros proyectos, nuevas ideas que compartía con ella, y en su interior Martina pensaba: esto sí que es interesante.
Conceptos que llevaba años estudiando, pero que después del examen parecían quedarse en los apuntes.
Le contó que una oportunidad emergente era el mercado de vegetarianos: green.
Martina estaba extrañada con esta afirmación. Preguntó si era de aquellos que no comían carne pero él señaló la barbacoa que estaba preparando, rieron y continuaron charlando sobre aquella revolución de ideas que no la dejaban indiferente.
Estaba contenta de poder compartir estos momentos. Un año atrás estaba cegada con una realidad que difería completamente de esto.
No había sido sencillo, pero le satisfacía saber que el haber llegado hasta allí era por mérito propio.
Martina se evadió unos instantes para darse cuenta de que somos quien somos, nuestra personalidad se va desarrollando, pero es un trabajo de fondo al que contribuyen los años, las experiencias y las personas.
Respecto a lo material, no perdura, así que prefería basar su vida en las relaciones.
M. se preguntaba si ella había sido siempre así y ahora era cuando había descubierto su ru(t)ina preferida: esa costumbre de emocionarse conociendo a personas, viviendo, lanzándose a vacíos, recuperándose de los golpes, disfrutando de sencillamente ser quien era…
Siamo chi siamo
Carlo la miró y con una sonrisa le increpó, en che sei pensando tesoro?
Y ella compartió con aquel italiano sus pensamientos, y le dejó ver con claridad como era nuestra pequeña/creciente Martina.
Non siamo quello che gli altri desideravano che fossimo. Siamo chi abbiamo deciso di essere.
Siamo chi siamo repitió una vez más en su interior.
Martina Romá.