Caían unas pocas gotas, que se reflejaban en la piscina. El verano había comenzado con el peculiar aroma a azahar, invadido ahora por aquel olor tan característico de las tormentas de verano.
Me despertó la tranquilidad que desprendía la casa, y la canción que se escuchaba de fondo: Angel de Jack Johnson.
Era domingo, así que pospuse el despertador unos minutos, que se convertirían en horas. La canción no cesaba, y decidí medio dormida, que cuando despertara la cambiaría.
Recordé los múltiples despertadores que había escuchado aquel año, las diferentes situaciones en las que me había encontrado, pero siempre, o casi siempre el mismo día de la semana: domingo.
Violento Amor de Pereza para ver una carrera de Motos a las 9 de la mañana.
Una canción preciosa que aunque había estado sonando cada domingo durante un año, desconocía el título.
El romántico despertar con La dansa del vestit de Txarango, tras las primeras paellas universitarias.
Amelie de Pereza, también representaba un buen despertar, con pequeñas sonrisas que nacieron un verano, pero que apagarían y darían paso a otro despertador.
El de una llamada, tras una noche al lado de un viejo amor, que solo confirmaba que la infinidad de la noche no dura más que unas horas, y al día siguiente la magia se escapa con el sonido de un despertador, o de una llamada de una novia preocupada.
Y volvemos a la realidad, y la diversión y la despreocupación se esfuman, y hemos de enfrentar un nuevo día.
He terminando odiando, cada una de esas canciones, aquella llamada.
Pero hay momentos en los que tú decides si quieres cambiar de canción o que esta permanezca sonando durante horas. No dependes de que alguien la repita o decida levantarse. Simplemente las decisiones vienen de tu mano, y pensándolo bien, Angel de Jack Johnson no está nada mal. Ni despertar en tu casa, con el sonido de la lluvia y el despertador de fondo, oliendo a verano.