Madrid se fue cubriendo de otoño pero hacía tiempo que el invierno se había apoderado de él.
Tenía frío.
Los ojos secos.
La boca agrietada.
Los pies helados.
El corazón encogido.
Los dientes tiritaban.
La piel de gallina.
Decidió que necesitaba calor.
Entro en la bañera.
El agua ardía, las velas brillaban con notoria intensidad.
Y perdió la noción del tiempo.
Pensó y pensó.
Tanto que los recuerdos parecían,
la más absoluta de las realidades
Y cuando volvió, el agua estaba helada.
Tenía la piel de gallina.
Sus dientes tiritaban.
El corazón encogido.
Y los labios rasgados por el frío.
O por la cantidad de besos que había imaginado.
Cerró los ojos, ya no los tenía secos.
Debía afrontar aquella situación.
El calor de esos inolvidables meses se había esfumado.
Y la distancia que les separaba, le helaba.
Pero continuó un tiempo más.
Le había visitado otro recuerdo y no quería dejarlo escapar.
No quería abandonar aquella oportunidad de tenerle presente de nuevo.
Continuaba con el sonido entre los dientes, temblaba.
Pero ya no era invierto, tampoco otoño.
Gratamente y entre escalofríos, el verano había vuelto con gran vivacidad.
Un improvisado verano, que duraría la infinidad con la que rememoraba el olvido.
Aquel olvido lleno de recuerdos, detalles, susurros, suspiros...
F r í o. . .
Martina