Me fascinan los atardeceres. Los
diferentes colores en los que se transforma el cielo. Ese lugar con tantísimos
años, testigo de millones de historias.
Particularmente esta es la mía.
Unas vacaciones en Roma que duraron
diez meses, una palmera que simboliza raíces: el jardín de casa, los
veranos en la piscina mirando hacia arriba y admirando las ramas y sus formas,
sombras y colores.
Las nubes representan la Martina
soñadora, creativa y con inquietudes artísticas. La combinación de colores, significan
los diversos momentos, etapas y experiencias que atraviesa cada ser humano.
Edificios de fondo: la civilización.
Una piel morena, resquicios de un
verano repleto de recuerdos.
Rizos, característicos de este
ser que pretende admirar diferentes perspectivas de una misma realidad. No hay
nada menos heterogéneo que la verdad.
La LUZ iluminando el paso inexorable del tiempo.
Una habitación de un nuevo año: lejos
de todo, adaptación (de nuevo) al pasado-futuro. Un comienzo de curso sin
recibir clases, impartiéndolas.
La foto de
arriba tendrá un año. Recuerdo lo acontecido en el transcurso y me doy cuenta
de cuántos conceptos acumulados, exposiciones y crecimiento.
Sobre todo tras analizarla veo
nítidamente balance, equilibrio, quietud interior, consciencia y
estabilidad. Tal vez esta percepción esté sesgada por la melodía de Leonard
Cohen tan luminosa como lo que proyectaba desde su interior.
Las vistas de cada habitación reflejan lo que cada uno quiera. Esta es la mía.
Las vistas de cada habitación reflejan lo que cada uno quiera. Esta es la mía.