25.10.14

Viajar en el tiempo es siempre fascinante.

La aglomeración vestía la ciudad en todo momento. El cúmulo de personas y sentimientos inundaban todos los rincones. Confundía a los viajeros incitándolos a no pensar con claridad.
Las prisas, la incertidumbre, el desbarajuste, producía una sensación que únicamente podía paliarse en aquel lugar.
Cuando llegamos estaba atardeciendo. Tal vez por esa razón creí ser partícipe del paraíso en aquel instante. La luz rosácea contrastaba con la vegetación verde, con las colinas y los acantilados vertiginosos.
Recuerdo que “Bohemian Rhapsody” inundaba mis oídos. Y en aquel instante decidí que aquella canción siempre me recordaría a ese momento.
Ahora la escucho y sonrío al pensar en Flavio y Nuria cantando a coro, como si aquella situación estuviese preparada de antemano. 

Así, con poca prisa llegamos al Pulmón de Italia. Dispuestos a respirar aquellos días con lentitud, saboreando las horas y las minutos, con la intensidad de quien disfruta de unos días de tranquilidad. 
Entonces me di cuenta de que hay oportunidades que surgen sin expectativas previas. 
Y de pronto apareces en un lugar donde el tiempo vuela, pero tú eres tu propio piloto. 
Y entre las nubes ves atardeceres, ves otro mundo tan diferente que no te deja indiferente. 

Pasaron los días coleccionando momentos y carcajadas. Y tuve tiempo para pensar. Aquel sitio permitía hacerlo con claridad. Reflexioné a cerca de la dicotomía asociada a los cambios: la lucha por aferrarte al pasado o renunciar a él. Es complicado empezar una nueva vida y dejar atrás todo lo que has cultivado durante veinte años.  Pero es cuando consigues vivir el presente, que al fin la determinación te recompensa. Vives experiencias tan nuevas, tan diferentes que nunca habrías imaginado que eso te ocurriese. Porque esas sensaciones son desconocidas para quien se queda en casa con lo puesto.
Pero la vida es valor, es enfrentarte a los problemas, o crearlos. Y vivir plenamente.

Recuerdo una noche que luego de cenar subimos por la sierra y accedimos a un camino. Un lugar que me habían descrito anteriormente. Que me había imaginado creando una imagen en mi cabeza, pero que no pensé que fuésemos a visitar.
Estaba todo oscuro, menos una pequeña plaza iluminada por unas farolas de luz cálida. En el parque habían unos columpios que hacían un ruido propio de las películas de terror. Yo dije que todo eso era un poco siniestro, pero ¡a quién quiero engañar! Estaba ilusionada de pensar que allí estaba yo. Que tenía esa oportunidad y no quería desaprovecharla. Así que dejé el miedo a un lado y respiré profundamente. Encendí la linterna del móvil y caminamos por un sendero.
Las piedras se quejaban a nuestro paso, y un búho emitía su particular sonido.
Avanzamos durante un rato hasta que llegamos a un pequeño castillo en medio de la montaña. Era muy bonito, pero no era lo único que habíamos ido a ver allí.
Miré hacia el cielo y vi con total claridad aquellas estrellas que me dejaban maravillada. Nunca en mi vida había visto que brillasen tanto. Que se pudiese diferenciar con tanta precisión las diferentes constelaciones.
Me acuerdo que durante mi infancia a veces las observaba. Durante horas, tumbada en un colchón imaginaba como serían de cerca. Y esperaba a que una fugaz me sorprendiera y poder pedir un deseo.
Pero aquel día no esperaba. No necesitaba ver ninguna porque aquella noche se estaba cumpliendo uno.
Abrí una aplicación con el móvil que  me informa de las distintas fases lunares y puse el mapa estelar. Intentando diferenciarlas, se acabó la batería, ¡vaya por Dios! Y en ese momento Giulio dijo que había estudiado algo de astronomía. 
Me fascinó el conocer a alguien por fin, que pudiera enseñarme sobre esos temas. Y comenzó a explicar donde estaba Orion, Marte… 
No sabría decir cuanto rato pasó, pero escuchamos unos ruidos que venían del castillo. Y no pensamos que fueran espíritus de la edad media manifestándose por nuestra intromisión a su pequeño paraíso, pero decidimos que era el momento de volver a otra realidad.
Así que emprendimos de nuevo aquella senda, que separaba mundos tan diferentes, tan alejados como los años que habían transcurrido. Pero ellas seguían en el mismo lugar, alumbrando las vidas de millones de personas, durante miles de años.
     Eternas olvidadas, nunca más recordaré aquel lugar sin vosotras. Sin aquel brillo que únicamente se puede apreciar en aquel lugar, Cibottola, eres uno de mis lugares favoritos.


Martina.


2.10.14

I. Rome

Aquella mañana caminaban. Corrían entre el tumulto de la gente por aquella maravillosa ciudad.  
Llegaban tarde a la estación Colisseo. Pero, ¿qué importaba el tiempo cuando tienes tantos meses por delante?
Escuchaban aquella canción, Rome de Poenix, mientras Martina se recogía el pelo con un movimiento lento, como si le gustase que le mirase con detenimiento. 
Habían dejado Termini atrás y quedaba poco tiempo para confesarle que sentía miedo. Tan atroz y destructivo que le ardía el cuerpo al pensar que podía perder a aquella chica tan indispensable en sus días. 
Su excéntrica manía se había acrecentado con el nerviosismo de expresar, al fin, lo que tantas semanas llevaba guardando.
Inconscientemente, daba golpecitos a la barandilla de metal del vagón con una moneda. Tin. Tin. Tin.

Es el momento, pensó mientras le dedicaba una mueca parecida a una sonrisa.
-Martina, quería hablar contigo.
-Vale, pero ponte de pie, solo nos queda una parada para bajar.
En ese momento pensó que lo que había estado toda la noche pensando no tenía la mayor relevancia. Estaba de más preguntarle si iba en serio con el italiano. Porque la respuesta iba a ser contundente. Ella era de esas chicas que no daba explicaciones a nadie, era libre. Tan libre como las gaviotas de aquella playa donde la conoció. Justo antes de saber que los dos iban a emprender una nueva aventura el año siguiente en la misma ciudad.

Aquellos días quedaron atrás, como su pelo moviéndose al son de la brisa, como aquel moreno dorado y aquellas horas erizando la piel bajo la luz de la luna.
-¿Qué querías?.
-Ah no era nada, solo que luego del Colisseo me gustaría que fuésemos al Foro Romano y viéramos lo que queda de la Roma antigua.
-Bien.
Y subieron por aquellas escaleras mecánicas, salieron por las barreras de control y Pablo se quedó con aquel miedo metido en los huesos. Martina seguía jugando con su pelo, y de fondo se escuchaba el sonido. Tin. Tin. Tin. Un eco estridente que Martina ya no escuchaba.
Porque Pablo hubiese podido hacer todo el estruendo posible. Pero ella había ensordecido. 
Hay veces que las personas correctas se presentan en el momento equivocado. Otras, sin embargo es el momento adecuado pero la persona no es la correcta. Pero te dejas llevar. Porque quieres vivir en un sueño y volar libre y vivazmente. 
Pero de repente despiertas y mirando al horizonte se presenta otro rostro. Otra sensación que nunca antes habías vivido. Y no era ningún italiano, ni aquella bella ciudad. 



El mundo es cambiante, y lo hace de una forma tan dinámica que no puedes permitir que el miedo te paralice. Porque no hay mayor enemigo que alguien que coarte tu libertad. Así que corre, toma la oportunidad y cambia lo establecido. 
Suerte, azar… No nos equivoquemos, no hay nada como saber que lo conseguido es por propio mérito, así que no esperes el momento. Camina. Corre entre el tumulto de la gente. Busca tu propio destino. Pero lo más importante. Encuéntralo.